Adolfo Céspedes Maestre
Sí, así como lo lee, si
debiera comparar a Dios con alguna de mis relaciones más profundas y cercanas,
tendría que ser con esa mujer que posee tantas cualidades como canas, tan buen
corazón como arrugas. Tendría que comenzar diciendo que Dios debe ser mujer y
tiene que ser como mi abuela. Me es difícil poder darle una explicación inicial
para tal aseveración sin antes recomendarle leer todo el texto y anticiparle un
poco mi conclusión, afirmando que el Dios que conocí en mi camino se ha
re-presentado y se ha dibujado diariamente en quienes me rodean, nada podría
describir mas lo que pienso de Dios, que esa misma conexión y experiencia con
mi vieja.
Intentaré describir mis
experiencias con mi abuela pero sin generalizar nuestro buen trato con las diversas experiencias que todos los demás han
tenido con sus abuelas, pues sería atrevido afirmar que fueron iguales o
mejores sus contactos con sus abuelas que con mi abuela, o quizás
lamentablemente peores; sin embargo, he tenido marcables experiencias con mis
dos abuelas, pero hablare de la abuela materna con quien estuve más tiempo
durante mi niñez y la que va a formar algunos aspectos característicos de mí,
para luego entonces hacer una pequeña comparación importante que conecte,
relacione y nos concientice de nuestro concepto de Dios hoy día.
Dios
y la abuela, metáforas cotidianas
Debo recordar aquellos
años con la abuela como de mis mejores etapas, pues su manera de vida me enseñó
a ser entre los otros, a compartir con el otro y aprender de los demás, puntos
que fueron claves en su enseñanza cotidiana, tanto que actualmente sigue
contribuyendo con esa personalidad y tejiendo una esencia característicamente
particular. La abuela siempre se ha caracterizado por su hermosa compañía, su
leal respaldo en cada sueño, cada plan y meta trazada, ella emplea todas sus
fuerzas para estar allí, por si en algún momento pasara por la abrupta soledad,
ella se encarga de asegurarme su fiel y bondadosa compañía. Me acuerdo que hace
unos años atrás mi madre se enojaba porque pasaba más tiempo con ella que con
cualquier otra persona, es que me encantaba su exquisita cocina, no puedo
negarlo, ella sí que sabía que me gustaba, de verdad que no le importaba
cualquiera de sus ocupaciones, porque si yo decía que tenía hambre pues siempre
pensaba que debía alimentarme lo más que pudiera o darme para comprar algo de
comer. Como no reírse de su actual sentido del humor, que raya en la ironía
sutil, porque entre chanzas siempre dice la verdad ¡Risas!
Puedo entender que
quizás para usted sea otra conexión de familiaridad o relacionalidad que le
haga repensar a Dios, pero esta es la que en mi subjetividad me lleva a
recrear, entender y sentir a Dios. Cada ser humano tiene algo que le recuerda a
Dios, que le conecta con su esencia y que si pudiera compararle con alguien de
sus más profundas relaciones fácilmente diría quien, podría ser la abuela,
abuelo, madre, padre, hermanos, amigos, esposo, esposa, novia, novio, comunidad
eclesiástica, o cualquier desconocido, lo importante es que sea el otro (a), la
realidad es que en nuestro alrededor tenemos a alguien que metafóricamente nos hace
creer que hay Dios.
La abuela, no es que
sea mi Dios, pero si Dios tendría que ser alguien tendría que ser como ella y eso
me embarga de felicidad, primero, por saber que la abuela aún está a mi lado,
quizás con muchos años plus; Segundo,
que ella ha sido el mejor ejemplo de vida que he tenido, y eso no significa que
carece de errores, al contrario, porque los tiene y sabe cómo aprovecharlos se
hace única. Hoy ya tan anciana, que no puede con sus piernas, no puede cocinar,
tiembla ante el saludo, llora por su flaqueza, da rabietas por frustración,
siente inutilidad al ver que no puede trabajar sus telas como antes, sigue
siendo en esencia una mujer ejemplar.
En estos días mientras
escribía la observaba, y me di cuenta que algunas veces olvidamos que el tiempo
cambia y con ello todos cambiamos, así como cambió la abuela y mi manera de ver a Dios, de pronto para algunos lo que no cambia es lo que llevamos dentro y que nos hace ser
diferentes, como la abuela, que por dentro sigue siendo la tierna y comprensible
madre, la respetuosa, emprendedora y responsable mujer, la que es capaz de
lograr lo que quiera sin ayuda de un macho, la que no le importo quedar sola y
sacar tres hijos adelante detrás de una máquina vieja, pesada y a pedal. Si
alguien se desafiaba así mismo para alcanzar las cosas que lógicamente eran
inalcanzables, esa era ella.
Recuerdo sus lágrimas
que en mi edad eran inentendibles, pues no sabía lo cansada que estaba, pero su
necesidad se sobreponía ante su flaqueza, porque a pesar de su avanzada edad
nunca dejo de preocuparse por el bienestar de sus hijos, no miraba cuanto
esfuerzo tenia que invertir, ella lo hacía en entrega por quienes necesitaban
de ella, así sea un abrazo, una caricia o una sonrisa, ella se daba así misma.
Esa es la abuela que ahora entre lágrimas padece de miles de achaques que
vienen con el tiempo, y que hablan de los viejos nocturnos esfuerzos laborales
para comer, vestir y sonreír.
Así es Dios para mí,
tan vulnerable, tan incondicional, tan servicial, amoroso, bondadoso y
solidario, preocupado por el que esta empobrecido, por el que tiene necesidad, generoso y buena compañía. Dios debe ser como mi abuela, tan dada al pobre, tan
servicial con el otro, esa amiga vestida de abuela, envuelta en canas, llena de
experiencias y advertencias, cargada de respuestas evidentes llenas de la
honestidad esperanzadora de toda abuela “siempre nos vemos bien o estaremos
bien”, ella, una mezcla de consentidora y cantaletosa, esa abuela que se
entrega a los hijos que no dio a luz, así debe ser Dios. Me apena poder romper
el molde de su “Dios”, pero mi Dios tiene que parecerse a mi abuela, esa que
llora cuando lloro, que ríe cuando rió, que se queja de su impotencia por sentir
que no puede ayudarme a salir adelante, pero no entiende que su ejemplo,
compañía y palabras son más que suficientes para encargarme de mis cosas.
Realmente no me
interesa saber que me diga que me ama, yo estoy seguro de la infinitud de su
amor, y que aunque no pueda hacerme para comer, digiero su mirada compasiva, su
calidez humana y esa alegría costeña que la evidencia. Dios debe ser como ella, porque es ella
quien me muestra que nada es más importante que vernos mutuamente satisfechos a
pesar de lo duro de la vida, que nada enriquece más que la existencia del
otro, ella es mi Diosabuela. Ella Como
ese Dios, Dios como es ella, apasionantes por el bienestar del prójimo, pero
frágiles ante las decisiones del ser humano en el trascurso de la vida, pues
eso sí, cualquier cosa la hace llorar.
Él, realmente debería
sentirse honrado con tal comparación, pues estoy seguro que cuando pensó en la
señora Celína, se pensó así mismo. Es más, algún día cuando ella ya no este, le
contare a mis hijos que tuvieron una abuela que hasta Dios la admiro y se
sintió complacido al ser comparado con ella. Lo sé, sé que le parecerá
atrevido, herético y escandaloso, pero en mi camino he descubierto que Dios es
eso que tengo con ella, una relación mutua, y esa relación en fin me dice que
Dios es, relacionalidad, que Dios es, mutualidad.
Una vez más repito "Dios debe ser
como mi abuela", casi parecida, casi idéntica, con su mal carácter, pero con sus
ganas de consentir a cada momento, con sus cuidados excesivos y su piadosa mano
extendida en cada acción. Y qué decir de
los regaños que mi mamá quería propiciarme, algunas veces ella misma me buscaba
el escondite perfecto para que no me reprendieran por mis travesuras, ¡risas!,
por eso Dios debe ser como la abuela, desprendida, complaciente y sobre todo
protectora. Sí, Dios es compañía, es cuidado, es incondicionalidad, es entrega,
es ofrecimiento de sí.
Problema
y propuesta en la iglesia del concepto de Dios
Mientras por otro lado,
una gran mayoría en su apetito de comprender ciertas cuestiones a cerca de Dios
han concluido en afirmaciones sobre él que
finiquitan una descripción final y universal de éste, en su intento recaen en aspectos dogmáticos con el fin de
darle una característica ultimátum y así delimitar en algún absoluto
comprensible. Algunas de estas premisas que tenemos en iglesias evangélicas
actuales serán o son singulares estilos de referirse a un ser extra-terrestre, alejado
del hombre, ese a quien hay que exterminar sino cree como la iglesia cree en ese Dios que construyeron. Es posible que cada una
de esas maneras en que se le quiera describir en las iglesias sean procederes
teóricos para encajar a Dios en el ámbito de nuestros pretextos, prejuicios o
miedos más recónditos.
Pero lo que muchos de esos cristianos ignoran es que esas formas doctrinales
y argumentos finales de absolutizar su trascendencia son una manera de
limitar su verdadera esencia. Este pequeño escrito intenta hacer todo lo
contrario, invita al lector a relativizar su concepto de Dios a partir de
contextos, mirar a su Dios desde su propia situación teológica y con ello
recalcar que nuestro Dios es tan como nosotros y esta encarnado en nuestras pequeñas relaciones con las que convivimos.
Me he convencido que
esa palabra “Dios” se escucha algunas veces ambigua, como que se refiere a una
divinidad, que no es suficiente solo decir que es Dios y relacionarlo con lo
que controla cada uno de los rincones o escondites de nuestro intrépido mundo,
asociándolo con poder, infinitud, con inmaterialidad, algunas veces a
inmutabilidad y siempre pensándolo supremamente poderoso, presente, consciente
y soberano de todo; ese que se parece mucho a la idea de bien o la idea suprema
descrita en la filosofía platónica, incluso, puedo atreverme a decir que
nuestro Dios está fuertemente platonizado, pues lo envuelve ese mismo
pensamiento que este filosofo tuvo sobre la idea suprema; nuestra idea de Dios
es dualista pues tenemos un Dios del que hablamos aquí, pero que esta y vive en
el más allá, dando como resultado nociones de Dios provenientes en la historia
de interpretaciones agustinianas y neoplatónicas, realmente hemos sostenido a
la idea jerárquica de platón.
Pero, me cuestiono
acerca de si lo que deberíamos entender de Dios está olvidando su posible
inmanencia a nuestra realidad social, pues ¿Qué si ese Dios no está allá arriba
sino que siempre ha estado aquí entre nosotros haciendo parte de nosotros? ¿Qué
si ese Dios no tiene ninguna de las características de superioridad que le
hemos dado, sino que por el contrario es tan vulnerable como nosotros? ¿Dejaría
de ser Dios? ¿Derrocaríamos a éste para montar a uno que realmente cumpla
nuestras exigencias?
A veces asumimos que lo
que queremos no es un ser que nos acompañe en los momentos más críticos de
nuestra vida, sino alguien que resuelva lo que no podemos resolver o lo que a
veces no queremos resolver, no intentamos buscar en realidad un ser que llene
nuestros vacíos existenciales sino un espectro sobrenatural en forma no humana
y que tome las responsabilidades que a veces no estamos dispuestos a asumir.
En cualquier contexto o realidad, creo
que es posible y necesario interpretar o personificar a Dios quizás en nuestras
relaciones más cercanas, en esas que nos rodean diariamente. Así que me parece que
no queremos a ese Dios que se acerca, sino el que vive allá en lo más
desconocido de nuestro universo, en el mundo de las ideas, aunque en nuestro
discurso hablemos de su desbocar humano en Jesús, nos contradecimos
profundamente ya que no podemos permitir que deje su entorno divino.
Es más, actuamos como
si lo necesitaríamos más en algún trono viejo y lleno de poder, que en la
fragilidad, limitación e incertidumbre humana con todos la vivimos. Me viene a la mente el texto bíblico del Isaías tercero que literalmente después de la calamidad exílica, agradecido exclama lo que había entendido de Dios diciendo de él: “...Porque así dijo el Alto
y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en
la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer
vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los
quebrantados.” Isaías 57:15 refiriéndose
al Dios que se interesa por el débil, a tal punto de hacer habitación con lo despreciable a los ojos humanos, Dios no esta tanto allá arriba presumiendo de su santidad y gloria como acá bajo, dando vida a los sin vida. Entonces, siguiendo mis
afirmaciones anteriores, se hace necesario des colonizar del platonismo a
nuestro cristianismo, desvirtuando esa lectura dualista, alegórica y fantasiosa
de Dios, para conectarla de una vez con
ese Dios relativo, plural –diverso, paradójico, sensible, vulnerable y utópico, un Dios más de nosotros, más como nosotros, una imagen más acorde a nuestro mundo hoy día.
Incluso, en mi fe, leo que otros personajes o escritores bíblicos intentaron hacerlo más parecido a nosotros, al crear morfologías humanas o alegorías sobre Dios y su reino con objetos, situaciones
e instrumentos -en el caso de Jesús- que eran muy cotidianas, o cuando en el pentateuco intentaron
buscarle un nombre a Dios, pues solo pudieron darle sonidos guturales y llamarle
“ser” o el que “es”, el mismo Jesús encontró en la metáfora de padre el mejor recurso para comprender a Dios ya que temían hacerle tan de nosotros, tan cercano, tan de
acá. Cabe la posibilidad que esa forma de llamarle el más alto o Yahve haya sido
re-aprendida por tradiciones primitivas circundantes de pueblos que le rodeaban
y recreadas en el miedo por lo desconocido, tal vez.
Entonces, es por eso
que he querido afirmar que para mí la palabra Dios, realmente no dice nada,
pues es nada sino se busca u observa a ese desde donde estemos y siempre a
nuestro alrededor. Es más, al evangelista Juanino (Juan 1:1) le era realmente
una locura comprender que esa nada se hizo un todo cuando se “encarna”; entonces para juan tiene sentido que se haga como a uno de nosotros, pues le daba
caracterización a lo desconocido y así podríamos decir: es que Dios
es Dios porque se me mostró así mismo como entre nosotros.
En conclusión la
revelación cobra significación cuando descubre a Dios en el otro u otros como dándole
una identificación, de allí las plurales o diversas formas y dimensiones de
pensar que es Dios, pues Dios no es esto o aquello, pero si puede ser como
esto, aquello (a) o aquel. De manera personal, la abuela materna es metáfora de
Dios, ella guarda cierta relación o
semejanza con el concepto que tengo de Dios, aunque en fin sean completamente
diferentes, en esencia desde mi percepción son muy iguales, de hecho Dios es
una gran metáfora que se encarna en nuestras relaciones más reales e
insondables, Dios es comparación con lo cotidiano, de ahí nace nuestra idea de
que es Dios. Por último, citamos a nuestra conocida y leída autora base, Sallie
Mcfague (1994) quien concreta en estas cortas palabras lo que he pensado a cerca de Dios como
metáfora:
…Si
experimentamos con esta metáfora, resulta obvio que las imágenes regias y
triunfalistas —Dios como rey, señor, gobernador o patriarca— serán inapropiadas
para él. Se necesitarán otras metáforas que sugieran reciprocidad,
interdependencia, solicitud y sensibilidad. Propongo las de Dios como madre
(padre), amante y amigo/a. Si imaginamos que el mundo es una autoexpresión de
Dios; si es un «sacramento» —presencia externa o visible, o cuerpo— de Dios; si
el mundo no es algo extraño frente a Dios, sino expresión de su mismo ser,
¿cómo le responderá Dios y cómo deberemos hacerlo nosotros? ¿No resultarán
sugerentes las metáforas de padre/madre, amante y amigo/a, con sus
implicaciones de creación, mantenimiento, preocupación apasionada, atracción,
respeto, apoyo, cooperación, reciprocidad? Si el universo entero es expresión
del ser de Dios —o, si se prefiere, de la «encarnación»—, ¿no nos encontramos
entonces ante los rasgos iniciales de una imaginativa representación de la
relación entre Dios y el mundo, especialmente apropiada como contexto para la
interpretación del amor salvífico de Dios en la actualidad?
Dios es metáfora de
nuestras relaciones significativas en el mundo de forma inductiva, Dios se
encuentra entre los seres humanos re-unidos entre sí mismos. Digo que Dios está
allí, ya que en cada relación al compararse con Dios debe irse más allá de la
sola etiqueta con la que nos referimos a esa relación, en este caso pues no
indico que Dios es tan viejo que debe ser una abuela, sino a todo lo que se
refiere ser abuela y mucho mas lo que representa la abuela materna en mi
experiencia personal, he allí el secreto. Así que entre comparaciones llegue a ultimar
que mi Dios es humanamente divino, y mi abuela divinamente humana, leyéndose
humano y divino como adjetivos de una hermosa metáfora.
A la abuela Celina
Carrillo Gütierrez… y a otras más abuelas.
Bibliografía
- Modelos
de Dios. Teología para una era ecológica y nuclear. Sal Terrae, Santander
1994, 109-153. Original de 1987. Tomado en la Revista electrónica
Latinoamericana (ReLat) http://servicioskoinonia.org/relat/397.htm
Tienes toda la razón del mundo. Yo se por experiencia lo que es tener una abuela así. Y Dios ha puesto en cada uno de nosotros una pequeña parte de su esencia que es el amor. Se que en tu medio va a ser muy refutado tu artículo porque tenemos una idea estereotipada de él, pero yo creo que el amor de tu abuela es un reflejo del amor de Dos por cada uno de nosotros.
ResponderEliminarAmigos como tu valen Oro, excelente Blogs te felicitó!
ResponderEliminarel rostro de Dios es mu abuela..... me gusta por que es mi experiencia acerca de Dios mujer
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